Se deshace de mi prosa en el soslayo de un susurro entrañado en su silueta silenciosa. Quema bajo su piel y me tiembla el pálpito del tacto imaginando acariciarla, culminando el rastro de su esencia solitaria en cada pliegue de esa ropa suya que yace tibia en el pasillo que conduce a su quimera. Su cintura frágil, manufacta, se desliza entre las sombras, cierra mis ventanas, arde el suelo bajo cada huella teñida de su rastro, juega a hacerme vulnerable, me suplica que la abrace. Rasga mis costuras, contonea las cortinas que la cubren y la ocultan, hace seda de mis dedos y sus besos son tan caros que perpetra mis sentidos en el acto de olvidarme. Resbala su perfume arropando las paredes, extasiando mi atmósfera, agrietando mis principios de hombre extenso y sinuoso. Exhala adrenalina fraguando escarcha de cristal bajo la Luna, su alma eterna se pronuncia y se transpira en el instante en qué sus poros afixian la agonía de terminar toda distancia en el abrazo de dos cuerpos. Bebo de su vientre, sucumbo al vértigo de sus formas tras precipitarme en el abismo del surco de su ombligo en el centro de mi universo comprimido. En sus muñecas, blancas, finas como el mármol, se dibujan las estrellas y en cuarto creciente, la media luna de sus labios me conduce al ocaso de esta velada, extenuada en el fulgor de mil reflejos contrapuestos, juega con mis ansias, me invade con su lengua y se alimenta de la mía en el juego de matarme lentamente. Me desgarra entre sus piernas, su prisión cada vez es más extrema, y presiona mis pupilas al confín de su mirada, agrietando mi pasado en un bandazo de trémula batalla, me desposee del aliento y me vacía de sudor en el turno de soñarla. Yo me anclo a sus tobillos, le declaro tregua mezclándome a la comisura en su sonrisa, oscura como el mar en la noche más larga del verano, me atropella en su vaivén, dominando mis traspiés sobre el lienzo de sus manos. Y me pierdo por su espalda dolorida, viajando sus rincones, anidando en sus lunares, haciendo de su espina dorsal un motivo de entregarme a la desvida, descendiéndola con tiento, encendiéndola sin pausa. Su voz dulce corta el viento en poesía, suena mágica en mis sábanas, tiembla al cruce de mis parpados acunando mis pestañas, si la escucho yo revivo pues callada me remata. Es la química perfecta de mi física inexacta, me compensa los errores potenciando mis ventajas, nunca hacemos el amor, le damos forma sin palabras. Y en su cuello me declaro, trazo con saliva ese nombre suplicado tantas veces en el clímax de mi historia, hallo puntos del trópico de cáncer aproximándome a su nuca inexpugnada, y consigo que me pida, y le venzo la batalla. Es mi orilla de Levante y la marea de mi cala, ella sabe lo que quiero, y yo la adoro por su atino, por cada paso que la aleja, porque vivir en ella todo cambia, porque una vida sin ella vale nada.
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2 comentarios:
Mmmm...
que bonita es Barcelona!
Besitos^^
Pst. Pst.
Señor pirata,
que necesito que actualice,
o mi imaginación se debilita.
Besos sobre tu ventana.
Mua.
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