lunes, 4 de junio de 2007

·Aquí


Yo, que velo las noches desde mi pequeña fortaleza, acaricio el cielo más de cerca de lo que ninguno de tus sueños ha osado nunca aproximarse al brillo de una estrella. Si un día yo faltara, ya no quedaría nadie en este mundo que se preocupara por volverte a ver volar hasta tan alto, que incluso las nubes envidiarían tus coqueteos con el viento. Tu tristeza es un vértigo enfermizo que te agarra a un suelo que ya no dibuja ninguno de tus pasos, nunca jamás sonreirás en este mundo si acabas de olvidar por siempre que un día fuiste un hada entre las flores, y una sirena en cada charco. Llora todo aquello que ningún mar se contuvo en otros desencantos no escuchados, que no habrá madrugada tan oscura en la que rotunda afirmes que estás sola en esta lucha. Anidado en tu ventana, desde diez mil lunas atrás, te deletreo en el alféizar la receta que te traiga de regreso a ese cuento que nos hizo tan iguales, esperando que la tomes, o seas tú quién de tus labios me supliques que no complique este tormento que te aprieta y que te asfixia, que me pidas que no siga, y así me ruegues que me marche. De cien desiertos he escapado sin nombrar hogar a la meta de mi rumbo, encerrando el mapa de regreso entre más de sesenta pliegues se ha olvidado en un bolsillo, nunca regresé, como nunca fui esperado. Déjame escucharte, que hoy el dolor te prometo que te calmo, que mi alma escucha tibia cada llanto desgraciado que sacia el antojo de este cruel destino que tan cerca nos retuvo en un instante tan poco apropiado. Me declaro guardián de tu sonrisa, duende rey de todo aquel que retuvo la inocencia en otro mundo tan lejano que, de no conocer su nombre, no sabrían en qué constelación podrían ubicarlo. Caminaré todos tus pasos, sellaré la garantía de tu eterna compañía por muy absurda que declares cada cláusula del pacto, seré el siroco que retuerza tu veleta si tú marcas un norte en el qué podamos encontrarnos. Hallaremos tregua un día a los diálogos lejanos, inventaremos navidades no tan frías que eternicen los abrazos, descubriremos un país dónde ya nada nos importe, y surcaremos cada noche Orión y Casiopea a los lomos de Pegaso. Porque desde mi pequeña fortaleza invento el color del cielo que ilumina tu ventana, a pesar de que ese horizonte nos distancie cuando se aproxime nuestro ocaso, a pesar de que el alba se antoje triste herida del pasado cuando emerjan las mañanas.

1 comentario:

Wendy dijo...

Déjame escucharte, que hoy el dolor te prometo que te calmo...

y te confieso que cada una de tus palabras se me clavan y hasta sangro, cuando sin poder abrazarte intento mantenerte a salvo.

Y es que hay sentimientos que cuando se escriben en papel son capaces de llegar muy lejos, y se estrellan en mi ventana, como aviones de papel al viento.

Cada uno de tus silencios me hace temblar.